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A la hora de pensar en el golpe militar que sufrió la argentina en el año 1976 lo primero que viene a la mente del imaginario colectivo es aquella figura del desaparecido, ni vivo ni muerto, marca sellada a fuego en la identidad de nuestro país; como así también la lucha de las “locas de la plaza de mayo” circulando por la plaza central, alrededor del monumento, entre el cabildo y la casa de gobierno, justo al lado de la catedral de la iglesia católica; esos hijos que nunca volvieron, esos nietos que nunca pudieron conocer, cada derecho humano enterrado en cada fosa común de cada cementerio municipal. Y todo ello conjugado tratando de conciliar a un ser nacional, que no se consolidó con un mundial 78’ o una guerra de Malvinas.
Es por ello que retomo la imagen de las madres de plaza de mayo circulando alrededor del monumento, como máxima expresión de una lucha que signó y signará nuestra historia siempre. Ya que en ellas se refleja la organización por una causa común: El derecho humano, no es un hijo desaparecido, si no todos los hijos detenidos desaparecidos del país.
En ese sentido la visibilidad que adquieren las consecuencias de un proceso de violencia política y exterminio, cuyos efectos son directos y palpables, hicieron inexorable, la organización y toma de postura de aquellas madres y abuelas a quienes les arrancaron a sus hijos y nietos, la ausencia de 30 mil seres amados, políticos, militantes o no, adolescentes y adultos, aun hoy interpelan constantemente a nuestra sociedad y remueven en su fibra más intima. Por ello todos somos presos políticos de nuestra identidad nacional.
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