miércoles, 27 de octubre de 2010

¿Qué parte no se entendió?

Se derrumba el Puente

Cuando los actos no se condicen con lo que la racionalidad aporta, es por entrar en contradicción con las emociones, que al fin y al cabo son lo único real que tenemos, aquello que sabemos que está allí por que lo sentimos, y determinan cada uno de nuestros movimientos.
Estas son las contradicciones que nos atraviesan diariamente, cada decisión, cada acción, esta supeditada a ellas.
El conflicto se presenta cuando las decisiones que llevamos a cabo , no se condicen ni con la mente, ni con la emoción que determinó que se ejecute tal decisión. De modo que la mente piensa A, el corazón siente B y el cuerpo hace C. Si bien parece no tener ningún sentido esta ecuación, es algo que sucede a menudo. La pregunta es por qué diablos uno no puede simplemente hacer lo que siente. No obstante, la respuesta cae al alma: muchas veces lo que uno siente, o necesita hacer para sentirse, no es lo que quiere.
¿Basta con decir? ¡Si quiero eso! ¡pero no así!. Y buscar una nueva manera.
No sé en qué momento pasó, pero de repente ya no comparto este código con nadie.
Parece utópico pensar en la posibilidad de llegar a un estado en el que todos puedan plantearse tanto a sí mismos, como hacia los demás, la necesidad de expresar libremente, ¡que excitantemente fantástico sería sobrevivir a esa experiencia!¡ Pero no así, no en estos términos ... con tus condiciones, esas tan horribles, y autoritarias, que no me dejan otro lugar en el mundo que no sea este. Un lugar carente de espacio en el que no puedo decidir absolutamente nada, un lugar de encierro en estas paredes, de las que si quiero salir salgo, pero para ello debo pasar por encima de tu cuerpo, o huir por la ventana.
Que fraguada me siento... La casa está desordenada y La cabeza también. Pero si no fuera por ese fuego adolescente que aún se encuentra encendido en su pecho, por su piel que no es la de la juventud, y sus cicatrices que me recuerdan cuanto camino nos separa, nada de esto estaría en duda. Cada pliegue en la superficie de su rostro, sin llegar a ser arrugas, denuncian cuánto le gusta reír y cuánto le gusta llorar. Su sonrisa que se ilumina en la espontaneidad con una caída de ojos, y un gesto complaciente dejan en evidencia que hasta el día de hoy no hay mortal que pueda mantenerse indiferente ante esos redondos ojos negros.

Y otra vez , volvemos a empezar ... Aunque no quiera, aunque no deba, estoy dudando de continuar...

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