viernes, 11 de junio de 2010

Emma Zunz , las dos caras de la Moneda


La Policía llegó a la fábrica y Emma quebró en llanto, admitió haber sido ella quien disparó la bala que asesinó a Lowenthal, y nadie puso en duda que se había defendido ante el abuso de su jefe.
Luego de algunos interrogatorios y una escueta pericia, Emma quedó completamente desvinculada del homicidio, y trató de continuar con su vida.
Los años pasaron pero algo en ella había muerto junto a Lowenthal, experimentaba un odio crónico hacia los hombres que con el tiempo se agravó, y una atroz incapacidad para amar, escondida detrás largas jornadas laborales.
Emma trabajaba entre 16 y 18 horas diarias, en una nueva fábrica textil de capitales británicos, en si el lugar no era muy grande pero concentraba alrededor 300 obreras, supervisadas por dos capataces que respondían al dueño mayoritario de la empresa.
El tiempo voló sin altercados para la joven enérgica; pero el clima en la fábrica poco a poco empezó turbarse, pues habían fallecido tres compañeras de trabajo por problemas respiratorios muy similares entre sí, a los cuales, los médicos, atribuyeron la continua exposición a gases químicos estacionados por la deficiente ventilación del lugar de trabajo. Así fue como de un momento a otro las obreras pusieron la fábrica en cuarentena, declarándose en huelga con reclamos por mejoras sanitarias, y planes de salud que no tardaron en resonar en los pasillos del lugar.
Si bien Emma era reacia a aquellas manifestaciones, que le resultaban violentas e improductivas, se le hizo imposible mantenerse por fuera de aquel clima de agitación, que se estaba viviendo en su fábrica al igual que en muchas otras del país. No tardó mucho en acomodarse como una carismática activista, ya que tenía una mente brillante y un carácter de líder como pocas mujeres poseían allí.
Algunos reclamos fueron escuchados y atendidos, luego de reiteradas huelgas, como trueque para que el conflicto interno no fuera develado a la prensa.
Pero la fábrica dejó de ser productiva como lo era años anteriores, y se había convertido en una jaqueca para el reciente gobierno de facto allá por los años 30, convirtiéndose en un blanco fácil para eliminar aquel gen anárquico que parecía estar impregnado en las paredes del lugar.
Así fue como un día, el gobierno, logró infiltrar a una operadora que saboteó una máquina haciendo estallar la fábrica con todas sus obreras dentro, todas menos Emma que ese día se retiró más temprano.

No hay comentarios:

Tweets por @luciagambarotta