Miro a los ojos a mis padres y encuentro en ellos las raíces de historias que con el tiempo se han perdido, se han ido con mis abuelos y los abuelos de sus abuelos a las tumbas, y son los reservorios de aquellas memorias que fríamente descansan casi sin efectos.
Sin embargo podré volver en el tiempo un siglo, y recordar que sólo un veinticinco por ciento de mi sangre es criolla de ocho generaciones de mestizaje, a las que la historia les ha negado todo, ya que sólo las dos últimas pudieron tener una propiedad a su nombre. El otro setenta y cinco por ciento de mi sangre viene de Italia, como muchos de los que vivimos acá, inmigrantes que han huido del hambre y de la guerra para hacerse “
Mi familia paterna llegó a Argentina entre el 1900 y 1914, el abuelo materno de mi padre Juan Roscianni, llegó primero y empezó a trabajar en el campo, arrendando unas tierras, en lo que es 60 y 167 en Los Hornos, hasta juntar el dinero para traer a su mujer y su hija Giné que lo esperaban en Italia.
Luego de mucho esfuerzo y arduo trabajo en 1912 llegó su mujer con su hija de cuatro años. Las tierras que antes arrendaban resultaron ser muy productivas y al cabo de poco tiempo las pudieron comprar.
Los campos de Los Hornos eran trabajados por cuatro familias, también de origen italiano, los Marano, los Papalardo, los Gambarotta y Los Roscianni, que con el tiempo se entrelazaron y hoy son primos y tíos de mi padre. Pero nada fue tan fácil, viejos relatos y anécdotas cuentan el esfuerzo con el que estas familias, al igual que tantas otras, salieron adelante en una nueva tierra.
Aún recuerdo a la hermana mayor de mi abuela, Giné, quien vivió hasta los 93 años y en su último tiempo hablaba en italiano como cuando desembarcó en América. La vieja Tana contaba sus historias con esa tonada indiscutible, y te hacía viajar al pasado, allí cuando el mundo empezó a funcionar a carbón.
Habían pasado casi 8 años de que estaban en Argentina y Giné se había convertido en madre de sus tres hermanos: Magdalena, Fernando, y Yolanda, quien tenía un año cuando su madre María falleció; y como Juan trabajaba todo el día Giné debió hacerse cargo del hogar.
Aquellas mujeres del campo, de principio de siglo XX, parecían ser el modelo ideal de la época, vivían para el casa y allí realizaban sus labores, mientras cocinaban para su padre y su hermano que trabajaban labrando la tierra, cocían sus camisas y limpiaban el hogar, entre tanto bordaban por encargo, y se educaban entre hermanos, trasmitiéndose los valores heredados del otro continente.
Luego de cosechar lo que habían sembrado se instalaban en el mercado y vendían el trabajo de meses; y así fueron transcurriendo los años hasta que el campo dejó de ser un negocio rentable. Entonces ya fusionados como una gran familia los cuatro núcleos se alejaron de los hornos para repartirse en el casco urbano de aquella ciudad que estaba creciendo inusitadamente.
Los Papalardo se desarrollaron en el oficio de la panadería, mientras que los Marano comerciaban los zapatos de la vieja horma italiana.
Los Roscianni y los Gambarotta, por su parte, se vieron unidos por el matrimonio de Yolanda y Juan Enrique, los padres de mi padre, quienes trabajaron mucho para darle, a sus hijos, posibilidades que ellos no pudieron aprovechar; de la misma manera mis padres me transmitieron el sentido de amor y trabajo para constituirse como personas libres, siempre en familia.
1 comentario:
Linda historia Lucia! me gusto la forma en que lo cuentas. Pude sentir emociones y sensaciones, sentimientos y demas que hacen de una historia la mejor!
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